Sofía iba a la iglesia desde que era muy chiquita. Le gustaban las canciones, los juegos y escuchar las historias de la Biblia. Pero había cosas que todavía no entendía bien. Una frase que escuchaba seguido era: “Jesús es luz”.
Varias veces pensó: “¿Jesús es luz? ¿Qué significa eso? ¿Será que Jesús es como una lamparita gigante que ilumina todo el mundo?”. Tenía tantas preguntas en la cabeza que no podía imaginarlo.
Un día, no aguantó más y le preguntó a la seño Mariana:
—Seño, ¿por qué decimos que Jesús es luz?
La seño sonrió y le dijo:
—¿Te acordás este verano, cuando fuimos de campamento? Pasamos por la ruta y vimos una torre alta cerca del mar.
—¡Sí! ¡Era un faro!
—Claro —siguió la seño—. El faro sirve para alumbrar a los barcos de noche, cuando está todo oscuro. Les muestra el camino seguro para que no se pierdan ni choquen con las piedras.
Las luces, como la del faro, una linterna o una vela, nos ayudan a ver cuando todo está oscuro.
Cuando decimos que Jesús es luz, estamos diciendo que Él nos ayuda a ver mejor.
Nos muestra cómo vivir, cómo amar a los demás y cómo hacer lo correcto.
Nos ayuda a ver mejor a las personas que tenemos que cuidar, amar y ayudar. También a obedecer a nuestros papás, a la seño y a los adultos que nos cuidan.
Cuando Jesús está con nosotros, no nos confundimos tan fácilmente.
Por ejemplo, si estamos por pelearnos con un compañero o un hermano, Jesús —como una luz— nos ayuda a ver que eso no está bien y que podemos elegir algo mejor.
Jesús se los dijo a sus amigos: “Yo soy la luz del mundo”.
Y se los demostró: los ayudó a ver lo que estaba bien, lo que estaba mal, y los guió para que pudieran tomar buenas decisiones.
Si somos amigos de Jesús, es como si Él fuera una luz que va con nosotros, y así podemos ver todo lo bueno.