Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.
Salmo 32:1-2 (RVR60)
Cuando uno ha sido perdonado o cuando pudo resolver una situación que lo preocupaba, la verdad es que se siente más que contento porque era algo que nos quitó el sueño, hasta el apetito; y cuando logramos solucionarlo nos sentimos verdaderamente dichosos. Sobre esto escribe David en el salmo 32. Describe la realidad que él estaba viviendo y también la obra de Dios en su vida.
El salmista nos muestra un prototipo de lo que es el plan redentor o salvador. Con la expresión “cuyas transgresiones han sido perdonadas y cubiertos sus pecados” nos está hablando justamente del derramamiento de la sangre de Cristo en la cruz que nos redimió para devolvernos esa condición que tenía el ser humano en el huerto del Edén, y reanudar la relación con Dios que se había interrumpido.
La palabra “iniquidad” es muy fuerte. En la Biblia aparece como un pecado superior a cometer ciertos tipos de errores: La iniquidad es rechazar la obra de transformación que Dios quiere hacer en nosotros, la que David describe con toda claridad: “Feliz aquel que ha puesto a Dios para que tome sus causas y lo defienda.”
Pastor Milton Cariaga
El salmista expresa la dicha, la felicidad que experimenta el que se ha quitado una carga demasiado pesada. El pecado ya no está expuesto, pues ha sido cubierto por el perdón.
El sentirse expuesto, desnudo, viene desde el Génesis, después de que Adán y Eva eligieran a quién obedecer.
Aunque no seamos conscientes de esto, siempre obedecemos a algo o a alguien. En este caso, Eva obedeció a la serpiente que vino con su oferta atractiva y comió del fruto, luego le convidó a Adán que decidió obedecer a Eva y comer él también. El resultado fue natural: Llegó el miedo y con él, el deseo de cubrirse por medio del esfuerzo propio y también de deslindar responsabilidades. ¿Te suena conocido?
Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.
Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí
Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.
Génesis 3:7-13; 21 (RVR60)
Nuestra naturaleza sin Cristo sigue siempre el mismo patrón. Se equivoca, elige mal, desobedece a Dios para obedecer a su propio placer, su arrogancia, su necesidad de dominio etc., y esas acciones tienen consecuencias. Los que son un poco más culposos tratan de esforzarse para hacer las cosas bien y “cubrir” sus faltas; otros, simplemente depositan la responsabilidad en alguien más. El problema es que la carga sigue ahí, oculta, en secreto, y requiere hacer mucho esfuerzo para que no se note.
Nos escondemos bajo los delantales de hojas de higuera, que en determinado momento se secan y quedamos al descubierto. Esto le sucedió a David en varias etapas de su vida. Se equivocó mucho y también eligió mal. El poder que Dios le había dado lo deslumbró y esa luz artificial lo cegó a la realidad de su propio pecado.
Su reino llegó a ser tan floreciente que creyó que era su mérito y eso le concedía el derecho de hacer lo que quisiera. Sin embargo, Dios le dejó oír Su voz de diferentes maneras, una y otra vez, porque quería que su relación fuera restaurada. Y David fue sensible a esos llamados de atención. Por eso pudo escribir algunos salmos desde su propia experiencia de caída y otros, desde el lugar de aquel que fue restaurado.
El salmo 32, con el que comenzamos este devocional, es un “masquil”, que significa “instrucción”. Algunos comentaristas consideran que este salmo está directamente relacionado con el 51:
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti.
Salmo 51: 10,12 y 13 (RVR60)
David había entendido, un poco a los golpes, como nos sucede a nosotros, que el perdón que Dios ofrece es la mejor “vestidura” que podemos llevar.
Mónica Lemos