“Oh, todos los sedientos, ¡vengan a las aguas! Y los que no tienen dinero, ¡vengan, compren y coman! Vengan, compren sin dinero y sin precio vino y leche.
Isaías 55: 1 RVA 2015
(Énfasis del autor)
Lo que Dios nos da de forma gratuita no tiene precio, no hay forma de comprar o gestionar su vida plena por nosotros mismos. Por eso su amor es inentendible.
Esta invitación es universal y tiene su antecedente en el capítulo 53 “El Siervo Sufriente”, que hizo posible el ofrecimiento de salvación. Isaías hace progresiva primero la salvación a Israel y luego a las naciones.
Jesús vino a consumar esta profecía y hacerla visible en la tierra, tal como lo hizo con una mujer samaritana.
Los seguidores se habían ido al pueblo a comprar comida. Mientras tanto, una mujer samaritana vino a sacar agua y Jesús le dijo: —Dame un poco de agua. La samaritana le dijo: —¿Por qué me pides agua si tú eres judío y yo soy samaritana?
Le dijo eso porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le respondió: —No sabes lo que Dios da gratuitamente ni sabes quién soy yo. Te estoy pidiendo un poco de agua y si tú supieras quién soy, me estarías pidiendo a mí. Yo te puedo dar agua viva.
Juan 4: 8-10 PDT
(Énfasis del autor)
Jesús en su declaración relaciona las profecías de Ezequiel e Isaías, el río de agua vive que trae sanidad es dado por el Mesías.
No fue impedimento que los discípulos no lo entendieran a primera vista, o que no lo creyeran los religiosos, pero hubo quienes al reconocer que su vida era un desierto fueron capaces de zambullirse en el río de Dios. Así lo hizo la samaritana. Jesús replicó en ella la profecía de Isaías 55… “Yo te puedo dar de beber”. Es gratis, es abundante y se renueva cada día.
Durante la fiesta de bodas se acabó el vino. Entonces María le dijo a Jesús: —Ya no tienen vino.
Jesús le respondió: —Madre, ese no es asunto nuestro. Aún no ha llegado el momento de que yo les diga quién soy. Entonces María les dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que Jesús les diga.» Allí había seis grandes tinajas para agua, de las que usan los judíos en sus ceremonias religiosas. En cada tinaja cabían unos cien litros. Jesús les dijo a los sirvientes: «Llenen de agua esas tinajas.»
Juan 2: 3-7 TLA
En esta ocasión sí había agua… Pero faltaba el milagro, la posibilidad de alegría y celebración. Era importante que quienes eran agasajados no fueran al mismo tiempo criticados y “Jesús le dio de beber”.
Me gusta el juego de palabras: En esa oportunidad el agua era buena, pero el vino, mejor.
“…Vengan, compren sin dinero y sin precio vino y leche”.
El Maestro interpreta cada necesidad y se hace eco de ellas. Es gratis, pero tiene un precio: Fe y obediencia
“¡Vengan a las aguas!” Esta invitación se repitió millones de veces y se repite hoy cada vez que alguien se reconoce seco y sediento de vida. Y esto aplica tanto a quienes se enfrentan por primera vez con Cristo, como también a nosotros, que lo conocemos hace tiempo y muchas veces andamos por un desierto.
¡No te quedes sediento, y tampoco dejes a otros con sed!
¡¿Cuántas samaritanas hay cerca tuyo?! ¡¿Cuántas personas necesitan un milagro¡?
Vos tenés la respuesta y sabes que es abundante y gratuito.
Ruth O. Herrera
