Con toda tu alma

Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 

S. Mateo 22:37 (RVR60)

(Énfasis del autor)

Las palabras que usan el Antiguo y el Nuevo Testamentos para alma nos dan una idea de lo que Jesús quiso decir. El Antiguo Testamento utiliza la palabra hebrea nefesh,que quiere decir «inhalar, respirar». Detrás de esta palabra está la idea de que Dios inhala en nosotros la vida. Somos un alma viviente, tenemos una conciencia que nadie más en la creación posee. Dios mismo ha inhalado vida en nosotros.

El Nuevo Testamento usa la palabra griega psiqué, esta expresión abarca la voluntad, los impulsos, la pasión. Si unimos estas dos expresiones tendremos una idea de lo que la Biblia menciona como alma.

El alma está integrada por los deseos, las pasiones y la voluntad.

El alma es la personalidad que Dios nos ha dado, es la voluntad para decidir qué dirección toma nuestra vida. En esencia, es VIDA… vida con mayúsculas porque es la clase de vida que solo Dios puede dar.

Para poder amar a Dios con toda el alma debemos buscarlo apasionadamente. Jesús usó muchos ejemplos para ilustrar esta búsqueda intensa y apasionada:

Una mujer que había perdido una moneda.

Un pastor que perdió una oveja y dejó a las otras noventa y nueve para ir a buscarla.

Un hijo que se había perdido y un Padre que lo esperó día a día e hizo fiesta cuando regresó. 

Seguramente todos en alguna oportunidad hemos perdido algo importante o valioso y decidimos que no descansaríamos hasta encontrarlo.

De la misma manera, para que nuestra alma se mantenga saludable debemos buscar a Dios apasionadamente. 

Cada uno de nosotros es único. El Señor nos hizo así, por lo tanto nuestra manera de buscarlo y de expresarle nuestro amor también lo es.

Jesús amó al Padre con toda el alma por eso, en el momento más oscuro de su vida, antes de enfrentar la cruz habló con Él y le dijo:

Dijo: «Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»

Lucas 22:42 (DHH)

Él dejó a un lado todo lo que deseaba y decidió hacer solo lo que el Padre le indicó.

¿Cómo predisponemos nuestra alma para tomar una decisión tan radical? Jesús muestra el camino: Hablando con Dios.

El poder para seguir el ejemplo de Jesús está disponible para nosotros si elegimos orar como Él lo hizo: «No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya».

Si hace tiempo que somos cristianos seguramente hemos experimentado que muy fácilmente podemos amar a Dios y elegir sus caminos en algunas áreas, en otras, en cambio, nos resulta más difícil. Oramos: «Hágase tu voluntad, Señor, y no la mía en tal área».

Hoy es un buen día para comenzar a practicar haciendo propias las palabras que pronunció el Señor.

Empecemos a impregnar toda nuestra vida con esta breve oración: «No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya en…».

Incluso si pensamos que no podemos decirla sinceramente, podemos expresar esta verdad a Papá: «Dios, deseo hacer tu voluntad… pero también quiero hacer la mía.

Sé que eso está mal, pero así es como me siento…

Te proponemos que hoy des un paso de fe y desates esta palabra en la convicción de que la voluntad de Dios siempre es mejor:

Padre amoroso creo en tu soberanía y deseo de bien sobre mí, así que te pido que obres en mi corazón para llevarme al lugar en que pueda orar: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Quiero aprender a amarte con toda mi alma».

Mónica Lemos