El silencio imprescindible

Entonces Elías se levantó, comió y bebió. Esa comida le dio fuerzas para viajar durante cuarenta días y cuarenta noches, hasta que llegó al monte Horeb, que es el monte de Dios. Allí encontró una cueva y se quedó a pasar la noche. Pero Dios le habló de nuevo y le preguntó: —¿Qué estás haciendo acá, Elías? Él contestó: —Yo me he preocupado mucho por obedecerte, pues tú eres el Dios todopoderoso. El pueblo de Israel ha abandonado el pacto que tiene contigo, ha destruido tus altares y ha matado a tus profetas. Sólo yo estoy vivo, pero me están buscando para matarme. Entonces Dios le dijo: —Sal afuera de la cueva y párate delante de mí, en la montaña.

En ese momento Dios pasó por ahí, y de inmediato sopló un viento fuerte que estremeció la montaña, y las piedras se hicieron pedazos. Pero Dios no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto. Pero Dios tampoco estaba en el terremoto.  Después del terremoto hubo un fuego. Pero Dios tampoco estaba en el fuego. Después del fuego se oyó el ruido delicado del silencio. Cuando Elías lo escuchó, se tapó la cara con su capa, salió y se quedó a la entrada de la cueva. En ese momento Elías escuchó una voz que le preguntó: —¿Qué estás haciendo aquí, Elías?

1° Reyes 19: 8-13 TLA

(Énfasis del autor)

 

Elías huye, se escapa lo más lejos posible. El miedo fue más fuerte que sus victorias. Quizás agotado por vivir una situación límite y extraordinaria al enfrentar a los profetas de Baal, o correr desde el monte Carmelo hasta Jezreel. Vivía al límite, cada vez que Dios le hablaba, sus días eran absolutamente inesperados. Después del griterío de los 400 profetas invocando a su dios, seguramente necesitó tiempo para la calma. Pero no tuvo tiempo para descansar, la voz de una reina envuelta en odio y desequilibrio fue más fuerte que él mismo.

El relato describe a un hombre aturdido por la incertidumbre, tanto que al oír la voz de Dios no pudo reaccionar y responder la pregunta que le hizo. Una vorágine de palabras, explicaciones y reclamos, pero ninguna respuesta. Los sonidos, la agitación, las amenazas, la extrema tensión y responsabilidad de ser el profeta de Dios eran demasiado para un hombre.

¿Alguna vez sentiste, pensaste o dijiste: “Es mucho para mí”? A mí me pasó muchas veces, y cada vez, en lugar de hacer una pausa, mis pensamientos se desdoblaban y sentía más carga. En tu experiencia… ¿lográs hacer la pausa que deja a Papá intervenir?

Hace algunos, días atravesada por la necesidad de escuchar a mi Dios, oré y busqué una señal, repentinamente desde la música que escuchaba una voz me dio una respuesta: “No hagas nada, yo me ocupo”. Fue claro y preciso… pero en lugar de hacer “la pausa” me inquieté más. ¿Cómo vas a hacerlo? ¿Cuándo? ¿Cómo? El amor de Papá me superó y finalmente descansé, pero la lucha interna vuelve si no recuerdo aquella voz. Hoy, al leer este pasaje: Después del terremoto hubo un fuego. Pero Dios tampoco estaba en el fuego. Después del fuego se oyó el ruido delicado del silencio. Cuando Elías lo escuchó, se tapó la cara con su capa, salió y se quedó a la entrada de la cueva. En ese momento Elías escuchó una voz que le preguntó: —¿Qué estás haciendo aquí, Elías?” me sentí muy identificada.

El silencio no resulta sencillo porque es difícil callar nuestra mente con todo lo que eso involucra. Muchas veces necesitamos provocar, escuchar y aceptar los silencios que habilitan la voz de Dios. Escuchar el silencio interno que deja hablar al Espíritu Santo. ¿Estás dispuesto/a ahora mismo a entrar al silencio de Su voz?

 

Ruth O. Herrera