Mientras Jesús estaba en el templo, observó a los ricos que depositaban sus ofrendas en la caja de las ofrendas. Luego pasó una viuda pobre y echó dos monedas pequeñas. «Les digo la verdad —dijo Jesús—, esta viuda pobre ha dado más que todos los demás. Pues ellos dieron una mínima parte de lo que les sobraba, pero ella, con lo pobre que es, dio todo lo que tenía».
Lucas 21: 1-4 NTV
(Énfasis del autor)
La simpleza y fidelidad de esta mujer conmovió a Jesús. Resaltó su persona, quién era ella: alguien de corazón honesto, fiel y humilde más allá de su pobreza.
La abundancia envuelta de soberbia de los ricos fue justamente lo que puso en relieve a una mujer “insignificante” a los ojos humanos. El Maestro no hablaba de números o cantidades ofrendadas, resaltaba lo que no daban, porque demostraba la pobreza de corazón de los poderosos.
Poco después, Jesús comenzó un recorrido por las ciudades y aldeas cercanas, predicando y anunciando la Buena Noticia acerca del reino de Dios. Llevó consigo a sus doce discípulos, junto con algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas estaban María Magdalena, de quien él había expulsado siete demonios; Juana, la esposa de Chuza, administrador de Herodes; Susana; y muchas otras que contribuían con sus propios recursos al sostén de Jesús y sus discípulos.
Lucas 8: 1-3 NTV
(Énfasis del autor)
Jesús recorría las aldeas comunicando, predicando y anunciando el evangelio del Reino, y los 12 discípulos le seguían, más algunas mujeres. En cada recorrido, día a día el Maestro era sostenido por mujeres que, como la viuda que ofrendó, reconocían la soberanía de Dios en sus bienes.
Cada una de ellas nos deja un tremendo y precioso mensaje de fidelidad, compromiso y admiración, en una época en la que las mujeres eran consideradas inferiores, al seguir a Jesús descubrieron que sus vidas tenían un valor mayor que lo que poseían. Constantemente Jesús reconocía el valor de las personas, se detenía para escuchar, sanar, perdonar y entablar una relación personal. Observaba, descubría a las personas, y quienes decidían seguirle invertían todo en Él.
Ser personas que valoran a otros debe ser parte de nuestra identidad. Reconocer nuestro propio valor, aceptar quienes somos y lo que Dios ve en nosotros es básico para no discriminar, valorar y potenciar a quienes nos rodean. Ser suficientemente humildes y modestos para vivir equilibradamente.
No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás.
Filipense 2: 3-4 NTV
EL valor que Jesús le daba a cada persona era único, y muchas veces el resultado era servirle, acompañarlo, sostenerlo y ser amigo, amiga.
Ruth O. Herrera