La piedra de la tumba

El sábado al atardecer, cuando terminó el día de descanso, María Magdalena, Salomé y María, la madre de Santiago, fueron a comprar especias para el entierro, a fin de ungir el cuerpo de Jesús. El domingo por la mañana muy temprano, justo al amanecer, fueron a la tumba.En el camino, se preguntaban unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada de la tumba?»; pero cuando llegaron, se fijaron y vieron que la piedra, que era muy grande, ya estaba corrida.

Marcos 16: 1-4 NTV

La resurrección de Jesucristo es relatada en los evangelios sinópticos; los tres, aún con sus diferencias, presentan la misma verdad. Los relatos describen la maravillosa experiencia de las mujeres que de madrugada llegaron al sepulcro con esencias, según era la costumbre. Es muy probable que hayas leído o escuchado este relato en más de una ocasión. Quizá hasta pudiste llegar a ver alguna película que representaba esta escena. Sin embargo, la conversación de estas mujeres en el camino, necesita ser apreciada de una manera muy profunda, por eso te invito a “escucharla” otra vez.

Creo que es un diálogo en el que deberíamos meditar porque ellas se preguntaron lo mismo que vos y yo nos hemos preguntado muchas veces al enfrentar situaciones límites. Es más, en esta misma semana me enfrenté a una piedra/circunstancia muy difícil de mover sin saber si podría despejar mi camino.

¿Quién nos podrá mover la piedra?

Ellas no tenían una respuesta a su pregunta ni creían tener la fuerza necesaria, pero aún a pesar de semejante dificultad siguieron su camino sin darse por vencidas. Ver la decisión de ellas me ha inspirado más de una vez.

Para que no pase esto, ordene usted que unos guardias vigilen cuidadosamente la tumba hasta después del tercer día.

Mateo 27: 64b TLA

Los religiosos lograron que Pilato ordenara asegurar la tumba más de lo normal haciendo colocar un sello romano en la piedra. Este consistía en una cuerda o soga que, cruzando la piedra, tapaba la entrada al sepulcro, siendo adherida en los extremos de la roca por medio de un sello de arcilla; el mismo era puesto en presencia de guardias romanos como testigos del acto. Para completar una seguridad extrema dejaron cuatro guardias a cargo de la vigilancia de la tumba. Los soldados cambiaban su turno cada tres horas a fin de no correr el riesgo de quedarse dormidos y cesara así la vigilancia.

…Creo que nunca un muerto fue tan vigilado como Jesús…

No cabe duda que la pregunta de ellas no tenía respuesta; semejante dificultad era imposible de evitar, era como “caminar hacia el fracaso”. Por eso me llama tanto la atención que a pesar de todo siguieron su camino.

Es evidente que fueron movilizadas más por sus emociones que por la razón; ellas estaban marcadas por el luto y necesitaban ir a la tumba para calmar tanta angustia. Sabían que la guardia romana de ninguna manera las ayudaría ya que justamente tenían la orden de que nadie tocara la piedra. De todos modos, caminaron…

¡Hacia esa tumba iban las mujeres… directo al fracaso! 

¿Para qué levantarse tan temprano si la piedra estaba sellada? ¿Para qué los perfumes?

No iban en busca de un milagro, solo a cumplir con el rito.

Hoy te dejo algunas preguntas para meditar, y te propongo que en el devocional de mañana sigamos meditando en “la piedra de la tumba”, en la tuya, en la mía.

¿Recordás haber caminado hacia una meta sabiendo de antemano que podías fracasar?

¿Cuándo te enfrentas a una gran piedra, que recursos buscás?

¿Alguna vez te movilizó más tu propio deseo que la fe?

Oro para que el Espíritu Santo te ayude a enfrentar tus verdaderas motivaciones.

                       Ruth o. Herrera