Sólo Dios nos hace capaces de ser sus siervos del nuevo pacto que Él ha hecho con su pueblo. Este nuevo pacto no está basado en una ley escrita, sino en el Espíritu, porque la ley escrita lleva a la muerte, en cambio el Espíritu lleva a la vida. El antiguo pacto que llevaba a la muerte y que estaba escrito sobre piedras llegó con tanto esplendor que la gente de Israel no podía mirar el rostro de Moisés por mucho tiempo. Su rostro brillaba con una gloria inmensa que, sin embargo, estaba destinada a desaparecer. ¿Acaso no tendría más gloria el trabajo al servicio del nuevo pacto que lleva al Espíritu?
2° Corintios 3:6-8 PDT
(Énfasis del autor)
Pablo no era un ministro de la letra, o sea de los “mandamientos”, sino del Espíritu. Él entendía por su raíz judía el significado que para los hebreos tenía la ley, y que culturalmente era lo que marcaba el rumbo y la vida diaria, hasta para los detalles más cotidianos. Por eso insistía en desatar una nueva visión en la iglesia para que el sacrificio de Cristo cambie el rumbo de sus pensamientos y dejen atrás la conciencia de condena que los caracterizaba.
A a quienes necesitaban salir de la religiosidad y conocer al Espíritu de Dios Pablo les escribe “Cuando ustedes se conviertan, el velo se les quitará”.
Ellos creían en Cristo, pero tenían un velo que les impedía ver lo que Dios podía hacer. Por eso les dice: “Nosotros estamos llamados a un Nuevo Pacto, es inquebrantable, y es el Pacto que Jesús hizo con nosotros.”
Él Hijo de Dios murió por nosotros, lo hizo en nuestro lugar y por nuestro alejamiento de Papá. Ahora estamos confiados en el Pacto del Espíritu, es más: Somos ministros competentes de ese Nuevo Pacto, no de la letra o un pacto religioso. Vos y yo tenemos un pacto de vida plena por el Espíritu Santo.
Si la entrega de esa ley fue tan grandiosa, el anuncio de la salvación será más grandioso todavía. Porque esa ley dice que merecemos morir por nuestros pecados. Pero gracias a lo que el Espíritu Santo hizo en nosotros, Dios nos declara inocentes.
2° Corintios 3:9 TLA
El Espíritu nos lleva a obedecer a Dios, pero en una relación fundamentalmente diferente, no por represión, como en una ley seca, sino basada en Su amor, en una verdadera relación de Padre-hijo, en un vínculo en el que Papá da todo por nosotros y sus hijos le obedecemos por gratitud y amor. Es cuando someternos al SEÑORÍO DE CRISTO es lo mejor que podemos vivir. Es andar en la paradoja de que “no hay justo ni aún uno” pero ya “no hay condenación”.
Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, más conforme al espíritu.
Romanos 8:1 RV
¿Estás dispuesto a vivir cada día como una nueva criatura, dejando atrás lo que te impide disfrutar del nuevo pacto?
¿Identificás de manera concreta que vivís en un pacto hecho por el Espíritu Santo?
Ruth O. Herrera