¿Quieres que Dios te sane?

Entre ellos había un hombre que desde hacía treinta y ocho años estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio allí acostado, y se enteró de cuánto tiempo había estado enfermo, le preguntó: —¿Quieres que Dios te sane?

El enfermo contestó: —Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando el agua se mueve. Cada vez que trato de meterme, alguien lo hace primero.

Juan 5: 5-7 TLA
(Énfasis del autor)

Un hombre solo. Estar alrededor de aquel estanque era lo único que lo conectaba con la vida. Tenía fe, pero una fe errada, estaba en el lugar equivocado.

Jesús era especialista en casos perdidos, lo fue y lo será siempre. Y para un hombre sin esperanza, para una mujer frustrada, para quien ya no espera más nada hoy, Jesús sigue preguntando: ¿quieres que cambie tus circunstancias?, ¿quieres ser sano?, ¿quieres que cambie tu familia?, ¿quieres renovar tu mente?

Jesús volvió a Jerusalén y fue directo al lugar de los enfermos, no buscó ningún atajo, su intención era sanar. El paralítico no tenía idea de quién era Jesús, un extraño apelando y enfrentándolo a su vida frustrada.  

No sé a vos, pero a mí muchas veces me cuesta irrumpir en el dolor o la necesidad de otros. Me siento inoportuna, desubicada. Prefiero una sonrisa amable o un abrazo, que de hecho es siempre oportuno. Pero no me resulta sencillo preguntar u ofrecer realmente algo más contundente. A veces preguntar no es nada fácil. Jesús siempre fue especialista en “ir al hueso”. No andaba con rodeos, hablaba claro, y siempre ofrecía una nueva oportunidad.

Sé que es difícil el balance entre el respeto y la palabra directa, entre la espera y el momento oportuno. Pero nuestro desafío es crecer en sabiduría para saber cuándo y cómo dar una Palabra de parte de Dios. Esto requiere, obviamente, una comunión y dependencia total, pero es urgente para muchas personas que tienen algún tipo de parálisis espiritual, emocional y hasta física.

Cada día que salimos de nuestra casa vamos directo hacia algún estanque con gente necesitada, aunque no las reconozcamos a primera vista, hay personas que aun sin palabras están diciendo… —“Señor, no tengo a nadie…”.

Jesús fue directo, siempre fue directo con sus hechos, sus palabras, sus milagros, su vida, su muerte y su resurrección…

Te propongo que antes de terminar este día le pidas al Espíritu Santo la habilidad, sabiduría, valentía y madurez para ir directo al estanque y decir: ¿Quieres que Dios te sane?

 

Ruth O. Herrera