Rodeados

Pero Moisés les dijo: —No tengan miedo. Sólo quédense quietos y observen cómo el SEÑOR los rescatará hoy. Esos egipcios que ahora ven, jamás volverán a verlos. El SEÑOR mismo peleará por ustedes. Sólo quédense tranquilos. Luego el SEÑOR le dijo a Moisés: «¿Por qué clamas a mí? ¡Dile al pueblo que se ponga en marcha!

Éxodo 14: 13-15 NTV

Una historia muy conocida, un éxodo único y milagroso a cada paso. Un pueblo que oscilaba entre la absoluta desconformidad y la obediencia obligada; que necesariamente tenía que confiar y “ponerse en marcha”.

Pero en medio de tantas contradicciones alguien se destacaba de manera superlativa: Moisés, quien no sólo los lideraba, sino que también los defendía una y otra y otra vez delante de Dios. Él creía y obedecía, se sujetaba a pesar de sí mismo y a veces hasta en perjuicio propio.

Las oraciones reiteradas de Moisés sobresalían delante de Dios más que los fuertes gritos de terror y disconformidad de Israel. Gracias a su constancia, a su intercesión y a la relación de cercanía con Papá, él podía unir el descreimiento con el futuro. Dios proveyó todo lo que necesitaban para sobrevivir y, aún más, los acompañó de manera visible.

El ángel de Dios, que precedía al campamento de Israel, se apartó de ellos y se puso en la retaguardia. Así mismo, la columna de nube que los precedía se apartó y fue a ponerse a sus espaldas, entre el ejército egipcio y el campamento de Israel. Para los egipcios, ésta era una nube tenebrosa, pero a Israel lo alumbraba de noche. En toda esa noche, no se acercaron los unos a los otros.

Éxodo 14: 19- 20 RVC

Me impactó tomar nota del cuidado detallado y permanente que describen estos versículos. Desde el principio, cuando los israelitas llegaron al desierto el ángel del Señor iba adelante, una nube los cubría de día y una columna de fuego los guiaba por la noche, pero cuando el ejército de Egipto salió a perseguirlos y se acercaban peligrosamente, el ángel, la nube y la columna se pusieron por detrás entre el pueblo y sus perseguidores. El peligro podía acercarse, pero no podía tocarlos. Ya habían sido liberados y estaban cercados por el cuidado del Señor por delante y por detrás.    

Los egipcios los persiguieron. Todos los caballos y carros del faraón, y todos sus jinetes, entraron en el mar tras ellos. Cuando ya estaba por amanecer, el Señor miró al ejército egipcio desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos: hizo que las ruedas de sus carros se atascaran, de modo que se les hacía muy difícil avanzar. Entonces exclamaron los egipcios: «¡Alejémonos de los israelitas, pues el Señor está peleando por ellos y contra nosotros!»

Éxodo 14: 23-25 NTV

Diferente escenario, distintas costumbres, distinta idiosincrasia, pero algo tenemos nosotros en común con el pueblo de Israel en esta situación tan excepcional, y es la débil naturaleza humana y las dudas que nos generan las situaciones atípicas o complicadas.  

Pero el milagroso cuidado de Dios se repitió en su pueblo muchas veces y ésta no fue la única vez que confundió y atemorizó a quienes amenazaban a su pueblo, aquellos con quienes había pactado ser Su Dios.

Dios hoy sigue cumpliendo su pacto con sus hijos, prepara nuestros días, va delante nuestro anticipando su bendición y al mismo tiempo cuida nuestra retaguardia.

Yo hoy decido creer que, como una columna de fuego, o como una nube, mi Papá me cuida. Tal vez hoy se manifieste a través de amigos, hermanos, familia o iglesia, porque, aunque no sean muchos, vos y yo tenemos alrededor a quienes como Moisés interceden y nos ayudan a pelear nuestras propias batallas, sostienen nuestros brazos frente a nuestros miedos y nos acompañan para que podamos vencer nuestras malas decisiones.

Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; Aunque contra mí se levante guerra, Yo estaré confiado.

Salmo 27: 3 RV1960

Es verdad que, así como lo describía el salmista, hay tiempos en que ejércitos acampan cerca nuestro… Pero hoy como David podemos desafiar la realidad amando y creyendo.

Te amo, oh Jehová, fortaleza mía.Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, Y seré salvo de mis enemigos.Me rodearon ligaduras de muerte, Y torrentes de perversidad me atemorizaron.Ligaduras del Seol me rodearon Me tendieron lazos de muerte.En mi angustia invoqué a Jehová, Y clamé a mi Dios.

Salmos 18: 1-6 RV 1960

Ruth O. Herrera