Rodeando el dolor

Jesús regresó a donde estaban los tres discípulos, y los encontró durmiendo. Entonces le dijo a Pedro: «¿No han podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?  No se duerman; oren para que puedan resistir la prueba que se acerca. Ustedes están dispuestos a hacer lo bueno, pero no pueden hacerlo con sus propias fuerzas.»

Mateo 26: 40-41 TLA

 

¿A quién se le ocurriría decir hoy en medio de una prueba, que el dolor o dificultad puede ser para bien? El Reino de los Cielos es paradójico, incomprensible para quien no cree y disfruta la maravillosa presencia del Espíritu Santo. El infinito amor de Dios no se entiende con fórmulas ni cálculos matemáticos y solo por fe, es que se pueden experimentar las bienaventuranzas que se desprenden de circunstancias nada buenas.

Cuando sentimos que Él no apaga en nosotros lo que a veces sentimos que es nuestro último suspiro de vida, cuando no vemos activa la esperanza, aún ahí su amor nos rodea. Cuando estamos en una profunda tristeza, cuando las fuerzas nos faltan hasta casi sentirnos desmayar, como Jesús en Getsemaní al sentirse intensamente triste y sin fuerzas para enfrentar la cruz, sin duda el Padre fue su único sustento.

Tres veces Jesús encontró a sus discípulos dormidos, incapaces de velar con Él en su hora más oscura. A pesar de su petición y la urgencia del momento, los discípulos fallaron en apoyarlo, dejando a Jesús enfrentar esa angustia solo.

La fragilidad y debilidad de los discípulos nos recuerdan nuestra propia tendencia a fallar y a necesitar la gracia y la paciencia de Dios. Y al mismo tiempo nos llama a permanecer en vela, en oración y alerta apoyando a los demás en sus momentos de necesidad, siendo conscientes de la importancia de la comunidad y el compañerismo en la fe.

En esos tiempos todos necesitamos experimentar de alguna manera la certeza de que para aquellos que aman a Dios y son llamados según su propósito, todas las experiencias de la vida, sean buenas o malas, tienen un propósito divino y benefician nuestro bienestar final. Y muchas veces son otros quienes nos lo recuerdan y muestran

Hoy sé por experiencia y al acompañar a otros en su dolor lo importante de tener brazos que rodeen al dolor. En tu corta o larga vida seguramente ya sufriste, lloraste, te desilusionaste o tuviste alguna pérdida, y fueron esas circunstancias justamente en las que el Espíritu Santo actuó sobrenaturalmente y fueron esos momentos en los que tradujo tu necesidad y tu dolor ante el trono de la Gracia…  

Es tremendo que el Espíritu Santo tramite ante el Padre nuestra propia vida con palabras que nosotros no podríamos expresar… inentendibles.

Del mismo modo, y puesto que nuestra confianza en Dios es débil, el Espíritu Santo nos ayuda. Porque no sabemos cómo debemos orar a Dios, pero el Espíritu mismo ruega por nosotros, y lo hace de modo tan especial que no hay palabras para expresarlo. Y Dios, que conoce todos nuestros pensamientos, sabe lo que el Espíritu Santo quiere decir. Porque el Espíritu ruega a Dios por su pueblo especial, y sus ruegos van de acuerdo con lo que Dios quiere.

Romanos 8 26-27 TLA

 

Me gustaría insistir en que sigamos disponiendo nuestra voluntad en dirigir nuestra vida hacia actos de bondad, respaldo, amistad y destacando en quien sufre, la fe de que Dios sigue siempre fiel.

Ruth O. Herrera