¡Sígueme!

 Un maestro de la Ley se acercó para ver si Jesús podía responder a una pregunta difícil, y le dijo: —Maestro, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna? Jesús le respondió: — ¿Sabes lo que dicen los libros de la Ley?

El maestro de la Ley respondió: —“Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que vales y con todo lo que eres, y cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo.” — ¡Muy bien! — respondió Jesús—. Haz todo eso y tendrás la vida eterna.

Lucas 10: 25-28 TLA

Jesús se mostró siempre comprensivo y a la vez determinado a no mirar para otro lado a pesar de las confusiones y falta de entendimiento de quienes pretendían seguirlo. Conocedor de los tiempos de cada persona esperaba a sus discípulos, pero  a la vez no se detenía en su plan de alcanzar la mayor cantidad de personas posibles con su mensaje.  

Jesús tenía esa rara habilidad de tratar a las personas de manera personal mientras lo seguían multitudes. 

Su paciencia y confianza en sus amigos parecía sin límites, pero al mismo tiempo marcaba claramente que seguirle no era ni una cuestión de privilegios  ni  de dudas. Porque “nadie puede servir a dos señores”, 

Cada respuesta  que daba mostraba que el primero en “dejar que los muertos entierren a sus muertos” era Él. Quien antes ponía la mano en el arado también  era Él. Estaba dispuesto a  “perder su vida para ganarla” antes que otro lo hiciera.

Para Jesús la contraseña para entrar al Reino de los Cielos era “SÍGUEME”. No volvía sobre sus pasos, “no miraba hacia atrás”. Sabía soltar a tiempo la frustración de no ser comprendido y que muchos se volvían atrás.

Cuando muchos de los seguidores de Jesús le oyeron enseñar esto, dijeron: —Esto que dices es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede estar de acuerdo contigo? Pero Jesús les respondió: — ¿Esto los ofende?  Entonces, ¿qué sucedería si me vieran a mí, el Hijo del hombre, subir al cielo, donde antes estaba?  El que da vida eterna es el Espíritu de Dios; ninguna persona puede dar esa vida. Las palabras que les he dicho vienen del Espíritu que da esa vida.  Pero todavía hay algunos de ustedes que no creen. Jesús dijo esto porque, desde el principio, sabía quiénes eran los que no creían, y quién era el que lo iba a traicionar.  También les dijo que nadie podía ser su seguidor si Dios su Padre no se lo permitía. Desde ese momento, muchos de los que seguían a Jesús lo abandonaron. 

Juan 6: 60-65 TLA

(Énfasis del autor)

Siempre los aceptó y padeció la soledad de quien no es comprendido hasta el último minuto de su vida. Su misión era más fuerte que sus sentimientos, su pasión era agradar al Padre. Amaba a las personas sin dejar que lo que ellas hicieran lo condicionaran. Eso admiro del Maestro, esa capacidad de solo mirar adelante, como Pablo lo expresó escribiendo a los filipenses:

Cuando Jesús estaba por emprender su camino a Jerusalén, un hombre se le acercó corriendo, se arrodilló y le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?

Jesús miró al hombre y sintió profundo amor por él. —Hay una cosa que todavía no has hecho —le dijo— Anda y vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Después ven y sígueme.  Al oír esto, el hombre puso cara larga y se fue triste porque tenía muchas posesiones.

Marcos 10: 17, 21-22 NTV

(Énfasis del autor)

La idea de triunfo que muchas veces tenemos es más desgastante para quienes queremos servir a Dios amando a otros, porque dependemos de los resultados o actitudes de esas personas, y perdemos de vista que lo que debe impulsarnos es el  amor a Dios y el servirlo como un acto concreto de adoración. Dentro del Reino están los que son más “reconocidos”, “exitosos”, “multitudinarios” o “famosos”, y es muy bueno que los haya, pero Jesús nos llamó a ser como Él, andar entre la gente, caminar, comer y compartir hasta lo más sencillo. No te frustres… la promesa es más grande que tu tarea   

Entonces yo, el Rey, les diré a los buenos: “¡Mi Padre los ha bendecido! ¡Vengan, participen del reino que mi Padre preparó desde antes de la creación del mundo! Porque cuando tuve hambre, ustedes me dieron de comer; cuando tuve sed, me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi país, ustedes me recibieron en su casa;  cuando no tuve ropa, ustedes me la dieron; cuando estuve enfermo, me visitaron; cuando estuve en la cárcel, ustedes fueron a verme.”  »Y los buenos me preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer? ¿Cuándo tuviste sed y te dimos de beber? ¿Alguna vez tuviste que salir de tu país y te recibimos en nuestra casa, o te vimos sin ropa y te dimos qué ponerte?  No recordamos que hayas estado enfermo, o en la cárcel, y que te hayamos visitado.” »Yo, el Rey, les diré: “Lo que ustedes hicieron para ayudar a una de las personas menos importantes de este mundo, a quienes yo considero como hermanos, es como si lo hubieran hecho para mí.”

Mateo 25: 34-40 TLA

Ruth O. Herrera