Sin velo

No hacemos como Moisés, que se tapaba la cara con un velo para que los israelitas no vieran el fin de aquello que estaba destinado a desaparecer. Pero ellos se negaron a entender esto, y todavía ahora, cuando leen la antigua alianza, ese mismo velo les impide entender, pues no les ha sido quitado, porque solamente se quita por medio de Cristo

2° Corintios 3: 13-14 DHH

(Énfasis del autor)

 

El apóstol identifica y relaciona la idea del velo de Moisés para hablar acerca de una nueva manera de pensar. Es que, aunque los judíos escuchaban la lectura del Antiguo Testamento cada semana en la sinagoga, estaban enceguecidos para comprender que era precisamente de allí de donde se desprendía y anticipaba la persona de Jesús. Había un velo sobre su entendimiento que les impedía ver el verdadero significado del mensaje que escuchaban y conocían. El escuchar la Palabra tendría que haber sido justamente lo que les ayudara a creer en Jesús, pero el velo de la religiosidad se los impedía. Tenían un pensamiento fragmentado, y el velo no estaba sobre sus rostros, sino en sus mentes y corazones.  

 

Y deteniéndose Jesús, los llamó, y les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron

Mateo 20: 32-34 RV 1960

 

Jesús llamó a estos dos hombres con intención de sanarlos, pues eran ciegos. Ellos no podían ver la realidad, sin embargo, clamaron, y fueron sanados. A pesar de su condición gritaron: “Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de nosotros!” Ese debiera ser el ruego nuestro cuando no encontramos respuestas en nuestra realidad. Si estamos “ciegos”, si nos falta capacidad para resolver, decidir, enfrentar ciertas circunstancias debiéramos gritar de la misma manera y con la misma intensidad.

Debiéramos reconocer y afrontar nuestra necesidad de que Jesús intervenga en nuestra vida, como estos ciegos que persiguieron a Jesús hasta que hizo una obra de restauración total.

 

Nosotros también podemos dejar de ver el verdadero significado de las Escrituras si nuestros ojos están tapados por debilidades, tradiciones, incredulidad, preocupaciones, tristeza o cualquier otra razón que nos impida buscar y ver a Cristo. La rutina, la comodidad y la falta de compromiso son factores que actúan como un velo espeso que no nos dejan ver la obra del Espíritu cotidianamente.

 

Algunos estudiosos dicen que la traducción correcta del pasaje de Éxodo 34 que menciona Pablo, se refiere a que Moisés usó el velo después de estar en la presencia de Dios, para que el pueblo no viera cómo el brillo que produjo ese encuentro se iba apagando de a poco. Es que un maravilloso y gran encuentro con Dios puede marcar un antes y un después en nuestras vidas, pero la completa transformación es un proceso de todos los días, y de cada vez que nos disponemos a ir sin velos al Señor.

 

Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu.

2° Corintios 3:18 DHH

(Énfasis del autor)

 

Como consecuencia de no tener ningún velo que nos impida ver a Dios somos transformados de gloria en gloria.  Sólo así somos el reflejo de Cristo.

“Transformados” quiere decir “transportados” a su imagen.

 

Ruth O. Herrera