Soledad, desamparo y muerte

Al mediodía, la tierra se llenó de oscuridad hasta las tres de la tarde. A eso de las tres de la tarde, Jesús clamó en voz fuerte: «Eli, Eli, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Entonces Jesús volvió a gritar y entregó su espíritu. En ese momento, la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló, las rocas se partieron en dos, El oficial romano y los otros soldados que estaban en la crucifixión quedaron aterrorizados por el terremoto y por todo lo que había sucedido. Dijeron: « ¡Este hombre era verdaderamente el Hijo de Dios!».

San Mateo 27.45, 46,50, 51 y 54 (NTV)
(Énfasis del autor)

Cristo siempre supo que había venido a la tierra para morir por los pecados del mundo. Una y otra vez, de diferentes maneras, anunció su muerte. Sin embargo, cuando llegó el momento necesitó más que nunca de la oración y de la compañía de sus amigos (que desaparecieron uno por uno).

Los sucesos se precipitaron, aun la naturaleza se conmovió. Hubo profunda oscuridad, la tierra tembló. Jesús volvió a orar. Esta vez fue un grito, una pregunta llena de angustia, que quedó en el aire sin recibir respuesta. 

Sus últimas palabras fueron un reclamo en medio de su absoluto desamparo “¿por qué me has abandonado?”.

Seguramente todos nosotros hemos atravesado alguna vez un tiempo de profunda soledad. En momentos de dolor o de crisis no sabemos a quién recurrir, parece que nadie nos escucha y esto hace más doloroso todo el proceso. Sin embargo, siempre podemos levantar la mirada y pedir auxilio al Señor. Sabemos que Él no nos abandona, estará con nosotros hasta el fin. Esa fue su promesa antes de irse al cielo.

Ahora, para que esto pudiera suceder, Jesús tuvo que enfrentar el peor abandono: la percepción de la absoluta ausencia de su Padre. Y, con toda esa carga a cuestas, continuó hasta el final. Solo por amor.

Estamos tan acostumbrados a leer la historia de la pasión y muerte de nuestro Señor que muchas veces pasamos por alto el tremendo sufrimiento humano que significó para Él dar la vida por todos, incluso por aquellos que nunca llegarán a amarlo y a reconocer su Señorío.

Sí. El entregó su vida por vos y por mí. Y eso debe motivar nuestro más profundo agradecimiento.

Te proponemos que escuches una canción que te cuenta esta historia en primera persona. El autor la compuso como si Jesús se la cantara a su Padre. 

Luego, tomá un tiempo para adorarlo. Tu vida es diferente gracias a que Él estuvo dispuesto a enfrentar la peor soledad y desamparo.

De esa manera consumó tu salvación.

Mónica Lemos