Cuestion de Identidad: 1. ¿Quién soy?

Sucedió que cuando Juan los estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió  y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: —Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.

Lucas 3:21-22 DHH

(Énfasis del autor)

 

¿Podés responder a la pregunta “Quién sos”, sin usar ni tu nombre ni tu apellido?

¿Cómo responder a la pregunta sobre la identidad?

¿Soy lo que hago? ¿Qué pasa cuando no me va bien en aquello que hago o cuando ya no puedo hacerlo tanto, como en tiempos de jubilación, vejez o algún cambio?

¿Soy lo que tengo?

¿Soy lo que otros dicen de mí?

 

Es de suma importancia, como cristianos y en una sociedad que tiende a hacer todo “homogéneo”, detectar y mantener nuestra verdadera identidad.

 

Lucas 3:21-22 presenta a una “gran masa, todos”, un gran número de personas. En medio de todo eso, Jesús podría ser un bautizado más. Pero a pesar de la “gran masa”, algo ocurre: en oración y búsqueda de Dios, el cielo se abre, se rasga, Dios mismo interviene con una forma especial y una palabra en particular: “Tú eres mi hijo Amado. Estoy muy complacido, contento, satisfecho contigo. Orgulloso”.

 

Jesús recibe una palabra de identidad, en el comienzo de su vida pública, que lo sostendrá a lo largo de toda su vida. Esto es lo que Jesús escucha de parte de Dios: “Tú eres mío. Eres mi Hijo. Tu vida fue engendrada en mí. Te amo entrañablemente. Me llena de alegría que seas mi Hijo. Me siento feliz y orgulloso.” En adelante, Jesús sólo invocará a Dios como Abbá, Padre.

 

En medio de tantas voces, necesitamos recibir esa palabra de Dios identificatoria, porque nuestra vida está enraizada en nuestra identidad espiritual.

 

Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés, para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios. Y porque ya somos sus hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones; y el Espíritu clama: «¡Abbá! ¡Padre!» Así pues, tú ya no eres esclavo, sino hijo de Dios; y por ser hijo suyo, es voluntad de Dios que seas también su heredero.

Gálatas 4:4-7 DHH

(Énfasis del autor)

 

Ya no tenemos “espíritu de esclavo”, basado en el miedo, sino “espíritu de hijo”, basado en el amor incondicional.

 

Vos también sos El/La Amado/a.

También sos su hijo/a. Y ese sello es imborrable.

 

¿Cómo pensás que eso puede cambiar tu vida hoy?

 

Pablo Vernola