Testigos

Así que los llamaron y les ordenaron que no hablaran ni enseñaran nada acerca del nombre de Jesús.  Pero Pedro y Juan les contestaron: —Juzguen ustedes mismos si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en lugar de obedecerlo a él.  Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.  Las autoridades los amenazaron, pero los dejaron libres. No encontraron cómo castigarlos, porque toda la gente alababa a Dios por lo que había pasado.  El hombre que fue sanado de esta manera milagrosa, tenía más de cuarenta años.

Hechos 4: 18- 22 DHH

A lo largo de la historia hubo cristianos que fueron potenciadores de cambios y transformaciones en la sociedad. Esta semana queremos compartir historias inspiradoras de hombres que dieron muestras de que dar la vida por Cristo es la mejor decisión. 

No siempre levantar la voz proféticamente y denunciar las injusticias tiene “éxito” según los criterios que el mundo propone. Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo, sin duda fue “exitoso” a la manera de Dios. Su obra y sobre todo su vida impactaron y afectaron a muchos, y su legado teológico bendijo la vida de innumerables personas a través del tiempo. Fue un pastor protestante y teólogo, y una de las principales figuras de la resistencia alemana al régimen encabezado por Adolf Hitler. Estudió teología, dictó conferencias y enseñó en Seminarios. La Gestapo cerró un Seminario donde él enseñaba, encarceló a exalumnos suyos y le prohibió hablar, predicar y enseñar. De sus experiencias surgen sus libros más conocidos: “El Costo del Discipulado”, “Vida en Comunidad” y “El precio de la gracia”. En esta obra criticaría las condiciones de un cristianismo fácil, acuñando el término “gracia barata”. Entendía que la única gracia verdadera es la que se expresa en el seguimiento de Jesús: “la gracia es cara porque le ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo…”.

Fue arrestado y encarcelado, acusado de sublevarse contra las fuerzas armadas. Con todo, su vivencia cristiana hacía de él un preso diferente. Muchos se sentían contentos y seguros a su lado. Aun en el campo de concentración sus compañeros daban testimonio de que para él, Dios era una realidad siempre presente.

Una de sus últimas declaraciones fue: “Esto es el fin, pero para mí es el principio de la vida”. En las primeras horas del lunes 9 de abril de 1945, Bonhoeffer era ahorcado junto a otros condenados, tenía 39 años. El médico del campamento diría después: “En el mismo lugar del suplicio hizo una breve oración y subió resuelto y sereno las escaleras del cadalso. Murió a los pocos segundos. En mis casi cincuenta años de actividad profesional como médico no he visto a nadie morir con una entrega tan total a Dios”.

En él convivieron el miedo y la audacia, la cobardía y la valentía, los errores y los aciertos, el pecado y la virtud, pero eligió ser, en medio del horror, alguien que sobre todas las cosas siguiera a su Señor y mostrase ese Señorío en cada acto de su vida. 

Esta breve reseña de su vida nos confronta, inevitablemente, con nuestra comodidad o falta de urgencia para mostrar que Cristo es el Señor de toda circunstancia. Hoy no siempre decidimos ser radicales al mostrar nuestra identidad. No quiero decir ser cristianos ariscos o intolerantes, pero sí marcar tendencia con amor y respeto, no negociar ni vivir “una gracia barata”. Todos los días vos y yo debemos anunciar con palabras y actitudes quién nos gobierna…  “Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”.

 

Ruth O. Herrera