Un salto de fe

Te quiero compartir unos párrafos de un libro que se llama “El regreso del hijo pródigo”, Henri J. M. Nouwen escribe acerca del hijo mayor, de aquel que estaba en la casa, que nunca se fue.

“La verdad es que el extravío del hijo mayor es mucho más difícil de identificar que el extravío del pródigo. Mirando en mi interior y mirando a las personas que me rodean me pregunto ¿qué hará más daño?, ¿la lujuria del hijo menor o el resentimiento del hijo mayor?

“Hay mucho resentimiento entre los justos y los rectos, hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los santos, incluso hay mucha ira entre la gente que está tan preocupada por evitar el pecado, el extravío del hijo resentido es tan difícil de reconocer precisamente porque está estrechamente ligado al deseo de ser bueno y virtuoso, es la queja experimentada o expresada de mil maneras, que definitivamente termina creando un fondo de resentimiento porque el lamento de que gritaba el hijo mayor: “he trabajado tan duro, he hecho tanto y todavía no he recibido que los demás se den cuenta”. Es en esta queja donde descubro al hijo mayor que hay dentro de mí, a menudo me descubro quejándome por pequeños rechazos, por las faltas de consideración, de descuido.

A menudo observo dentro de mí ese murmullo, ese gemido, esa queja, ese lamento que crece y crece, aunque yo no lo quiera. Cuánto más me refugio ahí, peor me siento, cuánto más lo analizo más razones encuentro para quejarme y cuánto más profundamente entro en el más complicado se vuelve.

Hay un enorme y oscuro poder en esta queja interior, la condena a los otros, la condena a mí mismo, el fariseísmo y el rechazo van creciendo más y más fuertemente. Cada vez que me dejo seducir por él me enreda en una interminable espiral de ese rechazo. Cuanto más profundamente entro en el laberinto de mis quejas más y más me pierdo hasta que al final me siento la persona más incomprendida, más rechazada y más despreciada del mundo.

De una cosa estoy seguro, quejarse es contraproducente, siempre que me lamento de algo con la esperanza de inspirar pena y recibir así la satisfacción que tanto deseo el resultado es contrario al que quiero conseguir.

Es muy duro vivir con una persona que siempre se está quejando, y muy poca gente sabe cómo dar respuesta a las quejas de una persona que se rechaza a sí misma. Lo peor de todo es que, generalmente, la queja una vez expresada conduce a lo que se quiere evitar, es decir, más rechazo.

La gratitud como disciplina implica una elección que yo hago consciente, puedo elegir ser agradecido. La gratitud como disciplina implica una elección consciente puedo elegir ser agradecido aún incluso cuando mis emociones y sentimientos están impregnados de dolor y de resentimiento. Es sorprendente la cantidad de veces que puedo optar por la gratitud en vez de por la queja y el lamento. Puedo elegir ser agradecido cuando me critican, aunque mi corazón responda con amargura, puedo optar por hablar de la bondad y de la belleza, aunque mi ojo interno siga buscando a alguien para acusarle de algo feo, puedo elegir escuchar las voces que perdonan y mirar los rostros que sonríen aun cuando siga oyendo voces de venganza y vea muecas de odio. Siempre se puede elegir entre el resentimiento y la gratitud, porque Dios ha aparecido en mi oscuridad, me ha animado a venir a casa y me ha dicho en un tono lleno de afecto: “Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo” así, pues puedo elegir entre vivir en las sombras señalando a los que aparentemente son mejores que yo, puedo elegir lamentarme de la cantidad de desgracias que sufrí en el pasado y dejar que el resentimiento me absorba, pero no es esto lo que debo hacer. Está la opción de mirar en los ojos del Único que salió en mi búsqueda y reconocer que todo lo que soy y tengo es puro don que debo agradecer”.

“El verdadero salto de fe significa amar sin esperar ser amado”

“El salto de fe siempre significa amar sin esperar ser amado, dar sin querer recibir, invitar sin esperar ser invitado, abrazar sin pedir ser abrazado y cada vez que doy un pequeño salto veo un reflejo del Único que corre a mí y me hace partícipe de Su alegría, la alegría en la que no solo me encuentro yo sino también todos mis hermanos y hermanas. Así la confianza y la gratitud revelan al Dios que me busca ardiendo de deseo porque todos mis rencores y quejas desaparezcan y por dejar que me siente a su lado en el banquete celestial”.

El salto de fe significa amar, invitar, abrazar, aunque no te devuelvan de la misma manera, pero cada vez que das este salto vas a ser un reflejo del Único que va a correr hacia vos y te va a hacer partícipe de Su alegría, se llama Dios y dio su Hijo por amor. 

 

Ruth O. Herrera