Jesús ya se iba cuando vio a un hombre llamado Mateo sentado en el lugar donde se pagaban los impuestos. Jesús le dijo: «Sígueme». Entonces Mateo se levantó y lo siguió.
Mateo 9: 9 PDT
De Capernaum, donde vivía Pedro, cruzó a Gadara, porque la multitud no lo dejaba descansar. Pero la gente de ese pueblo, por miedo, al ver que hizo libre a un endemoniado, le pidió que se fuera. Entonces volvió a Capernaum, muy probablemente nuevamente a la casa de Pedro. Ahí fue donde unos amigos abrieron el techo para que Jesús sane a un paralítico, en medio de una tremenda multitud.
Me impacta pensar que cada vez que Jesús entraba a una casa algo muy especial sucedía. Aunque pasó mucho tiempo de su ministerio por los caminos, siempre hubo casas que lo recibieron, y allí algo impactante pasaba.
Cuando vio a Mateo, también llamado Leví, encontró a otro hombre que necesitaba ser totalmente cambiado, y al parecer dispuesto a todo. ¡Sígueme! Y el publicano no lo dudó, y entonces lo llevó a su casa.
Jesús estaba comiendo en la casa de Mateo y allí llegaron muchos cobradores de impuestos y pecadores. Todos comieron con Jesús y sus seguidores. Cuando los fariseos vieron esto, empezaron a preguntar a los seguidores de Jesús: —¿Cómo es que su maestro está comiendo con los cobradores de impuestos y pecadores?
Mateo 9:10-11 PDT
(Énfasis del autor)
Mateo no solo lo invitó, también le presentó a otras personas no muy bien vistas… ¡imaginate los religiosos que lo seguían todo el tiempo para juzgarlo! Un momento antes, Mateo le habría dicho: “Maestro te invito a mi casa para que te sientes con toda la gente despreciable del pueblo. Te invito a mi mesa, a la que nadie quiere sentarse…”. En cada casa, en cada mesa en la que estaba el Hijo de Dios, la realidad sucumbía ante su presencia. Es Él quien no se niega a entrar a ninguna casa, no se siente humillado en ninguna mesa, al contrario, Jesús trae dignidad a cada casa a la que es invitado.
Aquella cena seguramente fue no solo muy importante, sino decisiva para que Mateo deje todo para seguir a Jesús. Ya no sería su invitado, se convertiría en su Maestro, su Señor, su Salvador.
Cada vez que te sientas humillado/a, desacreditado/a, ignorado/a invitá a Jesús a compartir tu mesa. Esa mesa en la que sos vulnerable, donde solo hay dos sillas. En lo íntimo, para tener un dialogo con el Maestro. Tomando mate o café, en tu lugar secreto, el Señor de señores te va dar un lugar de privilegio y dignidad.
Ruth O. Herrera