Volver a intentar

Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús.
Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?

Mateo 14: 28–31 RV

Los discípulos estaban en la barca, después de un día agotador. Junto al Maestro habían alimentado a mucho más de cinco mil personas. Al llegar la noche, Jesús, agotado, se fue solo a orar, y ellos volvían a sus casas en la barca. El viento se puso violento y las olas eran peligrosas, y encima de esto una figura fantasmagórica se les apareció. El miedo los paralizó hasta que pudieron reconocer la voz de Jesús. 

No era la mejor noche de sus vidas. El triunfo y los milagros del día habían quedado atrás. Pero a pesar de las circunstancias, uno de ellos volvió a desafiar su fe. Pedro vio a su maestro y quiso probar al Señor de su vida, al hacedor de milagros. No solo desafió a Jesús, también se desafió a sí mismo.

Podemos ver el relato desde dos perspectivas. Una desde el fracaso y la falta de fe, la otra desde el intento de probar la fe y arriesgarse a experimentar algo imposible, creyendo en nuestro Señor. El milagro no fue menor por la duración de la caminata.

Esto me pasó más de una vez y es muy probable que a vos también: vivir la misma experiencia de Pedro, la misma frustración, la misma expectativa. En medio de un seminario o un congreso, en un culto lleno de la manifestación del Espíritu dijimos: ¡Señor manda que vaya a ti sobre las aguas para alcanzarte!, y empezar a caminar… pero después de unos pasos, con el correr del tiempo, al ver un viento fuerte comenzamos a hundirnos. 

¿Quién puede juzgar a Pedro? Y quien lo hace es muy probable que nunca se hubiera arriesgado a semejante pedido. Pedro caminó sobre las aguas, aunque sea por unos pocos pasos, fue el único.

Es necesario estar atento/a, y no perder las pequeñas victorias, las que muchas veces no tenemos en cuenta. Una victoria es una victoria, puede pasar desapercibida: milagros cotidianos, respuestas sencillas, que no identificamos. Muchas veces después de una crisis, una desilusión, un aparente fracaso, volver a creer, intentar otra vez, no darse por vencido/a es un milagro.

Hace algunos años Dios me dio esta palabra: “A pesar del aparente fracaso, de entre todos los discípulos, Pedro fue el único mojado”.

Después volvió a equivocarse, siguió siendo un hombre provocador de milagros tanto como de errores. Supo reconocer su peor error ante Jesús y el Maestro nunca lo deshabilitó ni dio por perdido. El discípulo que una vez se hundió llegó a ser un guía imprescindible para la primera hora del cristianismo.

Para el Padre, tu vida en Cristo es un milagro, tu decisión de no volver atrás, la constancia de seguir sirviendo a otros, el compromiso con el obrar del Espíritu Santo. Vos mismo/a podés ser el milagro.

Ruth O. Herrera