¡Yo siempre tengo razón!

Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.

Romanos 12: 15-16 RV1960

 

El apóstol Pablo nos exhorta a alinearnos con los sentimientos de los demás, tanto en las alegrías como en las tristezas. Como vimos en los días anteriores, esto implica reconocer que todos somos creados a imagen y semejanza de Dios, y que tenemos el mismo valor y dignidad. Pero también implica respetar la diversidad que cada día es más tangible en nuestro entorno, y no usarla como motivo de discriminación o exclusión.

La empatía nos lleva a ponernos en el lugar del otro, a escuchar su historia, a comprender su dolor y a acompañarlo en su proceso de sanidad y liberación, tal cual lo hizo Jesús.

La empatía es una virtud cristiana que nos ayuda a amar al prójimo como a nosotros mismos.

 

Hace algunos días tuve una interesante conversación con una adolescente que me preguntó mi opinión acerca de quienes tienen una mirada o elección diferentes en su identidad. Por supuesto ella esperaba que yo planteara una serie de normas acerca de lo bueno y de lo malo juzgando desde mi posición pastoral. La charla no fue corta, aunque ella insistía en preguntar algo así como “sí o no”.

Tuve que pensar y repensar, no solo mis respuestas, sino más bien mi forma de pensar y sentir la realidad que ella me mostraba.

 

Hoy los que creemos ser adultos maduros, más allá de la cantidad de años, nos encontramos en medio de una gran diferencia de opiniones y vivencias que nos confrontan con nosotros mismos, aunque creo que es más común que terminemos confrontados con los otros.

No solo nos enfrentamos a las diferencias generacionales que traen una amplia gama de gustos, enfoque y visión que se muestran en todas las áreas de la vida, sino también, en un mundo globalizado, interactuamos con todo tipo de personas de diferentes culturas urbanas. Estas diferencias culturales pueden ser un desafío, pero también una oportunidad para aprender y crecer.  Desarrollar nuestra empatía es clave para superar estas barreras culturales, generacionales y pensamientos hasta opuestos sin hacer juicio de valor sobre otros.

Creo que hay una cultura evangélica que, por un lado es misericordiosa … pero no siempre empática. ¿Qué quiero decir?  Tenemos que ser cuidadosos de no asociar la palabra «misericordia» a una especie de “lástima” que nos inclina más a menospreciar que a comprender. Es clave descubrir qué hay realmente detrás de los términos cristianos que nos son tan comunes y que no siempre asumimos con la correcta perspectiva.

 

En mi adolescencia, hace varias décadas atrás, también fui criticada, menospreciada y hasta humillada por lo que eran “nuevas formas de expresar a Cristo”. Padecí el juicio y la discriminación típica de esa década en iglesias muy seguras de su propia forma. Esa experiencia todavía me ayuda a pensar y valorar la mirada de los otros, y el constante cambio que vive la sociedad, incluida la iglesia.

 

No se conviertan en jueces de los demás, y así Dios no los juzgará a ustedes.  Si son muy duros para juzgar a otras personas, Dios será igualmente duro con ustedes. Él los tratará como ustedes traten a los demás.

Mateo 7: 1-2 LS

Hoy a través de esta lectura te invito a pensar si realmente podés escuchar a quien piensa totalmente diferente sin ejercer u ocultar algún tipo de juicio de valor sobre su persona. Aunque a veces lo creemos… “no siempre tenemos la razón”.

 

Ruth O. Herrera