Yo soy testigo

Pero quiero que sepan que el Espíritu Santo vendrá sobre ustedes, y que recibirán poder para hablar de mí en Jerusalén, en todo el territorio de Judea y de Samaria, y también en los lugares más lejanos del mundo.

Hechos 1: 8 TLA

Los discipulos perdieron las esperanzas al ver lo que sucedía con ellos y en su entorno. Al ver que Jesús moría en la cruz se sintieron frustrados por todos esos años que estuvieron junto al Maestro. Él les había dicho: los volveré a ver, iré delante de ustedes a Galilea”, pero la realidad ante ellos era que Jesús había sido crucificado y lo habían oído decir: “Consumado es, está hecho, todo está pago”.

Pero la historia no terminó en la cruz. Si Jesús no hubiera aparecido ante ellos hubieran sido los hombres más infelices de la tierra por haber creído en algo inexistente, en una fantasía o una expresión de deseos. Jesús volvió a la vida, les hizo promesas y les dijo: ustedes tienen que ser mis testigos aquí y hasta lo último de la tierra”. 

A lo largo de la historia siempre hubo “testigos de Cristo” y es la razón por la que  un día conociste a Jesús. “Testigo” es quien da testimonio continuamente del obrar del Espíritu Santo y de conocer la presencia de Dios. 

Nadie puede ser testigo de lo que nunca vio o conoció. Porque “testigo” es aquel que, de alguna u otra manera, participó del hecho que atestigua. Los discípulos anduvieron con Jesús, conocían su forma de actuar y el porqué de sus obras. En cada milagro, cada parábola, mientras caminaban y comían, ellos descubrieron la razón de sus vidas y sobre todo conocieron a aquel de quien dieron testimonio hasta el último día de sus vidas. La intimidad que compartieron los hizo reproducir lo que Jesús dijo, hizo y enseñó. Por eso, cuanto más conozcas a tu Salvador e inviertas tiempo de intimidad, más motivos tendrás para ser testigo de Él.

Jesús te llama a ser testigo, a experimentar sus obras, a buscarlo de tal manera que seas alumbrado. Que vivas radiante y los demás digan al conocerte que vale la pena creer y tener fe. Si te plantás como un testigo de Dios, tu vida y la de quienes te rodean serán diferentes.

En La Casa del Padre, nuestra iglesia, el Señor no tiene hombres y mujeres de tercera, de cuarta o de quinta, somos todos de primera. Ninguno juega en el banco de suplentes, donde hay mucha ansiedad y se espera la entrada a la cancha, alguna que otra vez. Vos jugás en primera, te sumás y comprometés con la visión que Dios nos da.

Todavía me sorprende que alguna persona pueda preguntar acá ¿Cuál es la visión de la iglesia? Porque el Señor lo prometió… “en los postreros días la gente correría a la presencia del Señor”. La visión ya está y la visión es que seamos testigos.

Una iglesia no debe improvisar visiones todos los años, porque la visión la estableció Jesús al ascender a los cielos. Nosotros tenemos que ser testigos hasta lo último de la tierra, empezando por lo más chiquito a lo más grande, empezando por lo más cercano o yendo lejos y volviendo. 

Entonces muchos correrán a la presencia del Señor. Por eso somos una iglesia atractiva, llena de alegría, esperanza, amistad e inundada de adoración.

 

 Pastores Hugo y Ruth Herrera