¡Cómo disfruto conocer más de Jesús! En la Biblia hay muchísimas historias sobre Él. En casi todas, Jesús estaba rodeado de mucha gente. Había algunos que querían escucharlo y, por eso, iban donde Él estaba; lo seguían por todos lados para poder aprender más.
También tenía un grupo de amigos más cercano. ¡Cómo me gustaría escuchar las historias de Lázaro, María y Marta sobre Jesús! Él pasaba tiempo en la casa de ellos.
Pero, además, había un grupo de amigos muy, muy íntimos: sus discípulos. Jesús pasó mucho tiempo con ellos; estaba con ellos todo el día, desde que se levantaban hasta que se iban a dormir. Caminaban juntos para ir de un pueblo a otro. Jesús quería enseñarles todo lo que Él sabía sobre Dios, para que ellos también pudieran enseñar a otros. Realmente pasaban un valioso tiempo juntos, no solo aprendiendo de lo que Jesús decía, sino también de lo que Él hacía.
Un día, Jesús estaba hablando para un numeroso grupo de gente, como lo hacía generalmente, aunque estaba realmente cansado. Así que, cuando terminó de hablar con esa gente, les dijo a sus discípulos: “Busquemos un barco y vayamos al otro lado para descansar un poco”.
¡Tan cansado estaba Jesús que, en cuanto se subió al barco, se quedó profundamente dormido! Pero, cuando el barco ya estaba a la mitad del camino, el cielo se puso negro y comenzaron a escucharse truenos. El viento empezó a soplar con fuerza. ¡Había unas olas enormes! Los discípulos estaban acostumbrados a andar en barco, pero aun así estaban asustadísimos.
¡A pesar de todo esto, Jesús dormía tranquilamente! Entonces los discípulos fueron a despertarlo. Todos le gritaban: ¡¡¡¡¡JESÚS!!! ¿Cómo podés dormir con esta tormenta?”
Jesús se desperezó, se estiró y les dijo: “¿De qué tienen miedo? ¿No recuerdan todo lo que les enseñé?”.
Entonces miró al cielo y le ordenó a la tormenta: “¡CALMA!”. Al instante, el viento dejó de soplar, las olas se calmaron, las nubes se disiparon y, lo más importante: los discípulos que estaban con Él tuvieron paz.
Cuando estoy en medio de un problema, no importa lo grande que parezca, me acuerdo de esta historia y me quedo más tranquila. ¡Siempre oro sabiendo que Jesús puede calmar todas las tormentas… incluso las de mi corazón!