Mi abogado

“Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen; pero si alguno peca, tenemos un abogado que defiende nuestro caso ante el Padre. Es Jesucristo, el que es verdaderamente justo. Él mismo es el sacrificio que pagó por nuestros pecados, y no solo los nuestros, sino también los de todo el mundo.”
1 Juan 2:1-2


¿Te pasó alguna vez romper algo y esconderlo para que no te reten, y que tu mamá lo encuentre mientras limpiaba?
¡A mí sí! Cuando era chica, rompí un jarrón y lo escondí, pero mi mamá lo encontró. Entonces nos reunió a mí y a mis hermanos, y preguntó:
—¿A quién se le rompió el jarrón?

Obviamente, mis hermanos dijeron que ellos no habían sido, con total naturalidad. Yo también dije que no… pero me temblaba la voz.
Mi mamá, que nos conoce bien a todos, se dio cuenta enseguida de que había sido yo. Entonces volvió a preguntar.
Y ahí fui valiente: asumí la responsabilidad y le dije:
—¡Fui yo!

Me sorprendió su respuesta. Lo primero que hizo fue preguntarme si me había lastimado. Y después me dijo algo que nunca me olvidé:
—La próxima vez que rompas algo, no lo escondas… pase lo que pase.

Me quedé pensando mucho en todo eso. No fue nada lindo sentirme como en un tribunal, sabiendo que era culpable, que lo que había hecho estaba mal. Sabía que no tenía que haber jugado en ese lugar, justo donde estaba ese jarrón de vidrio. Desobedecí a mi mamá y podría haber evitado todo ese mal momento.

Y pensaba… en la vida, a medida que vamos creciendo, hacemos cosas que no están bien. Cosas que tal vez no afectan solo a mamá, sino que también entristecen a Dios.
A veces pensamos cosas feas, o hacemos cosas que no le agradan, y no está mamá para decirnos que está todo bien.

Las cosas malas —aunque nadie las vea— entristecen a Dios, porque Él nos ama como un Padre.

El versículo que leíste al principio nos enseña que cuando nos equivocamos, Jesús nos defiende. Como en las películas de abogados: cuando alguien es culpable y necesita a alguien que lo defienda… ¡Jesús está ahí, de nuestro lado!
¿Sabés por qué? Porque nos ama tanto que dio su vida por nosotros.

Y eso que hicimos mal, la Biblia lo llama “pecado”.
¡Con cuánto amor escribe el apóstol Juan en esta carta! Como cuando alguien que te quiere te da un consejo.
Él nos dice que no pequemos, pero si lo hacemos —ya sea porque no sabíamos, o porque no pudimos resistir la tentación—, lo que tenemos que hacer es reconocer que nos equivocamos y pedirle ayuda a Jesús.

Y la buena noticia es que Jesús siempre está atento a nuestras necesidades.
Siempre.

Así que, si hoy reconocés que hiciste algo mal, recordá que Jesús murió y resucitó también por vos, y está dispuesto a defenderte.

No dejes de pedirle ayuda en oración.