¿Conoces la historia de Jonás? Era un hombre al que hace muchísimo tiempo Dios le encomendó una tarea. Tenía que ir a la ciudad de Nínive, donde la gente era bastante mala, y decirles que Dios les daba otra oportunidad para que cambien.
Parece que Jonás era muy testarudo y discutió con Dios porque en su opinión no tenía que perdonarlos. En fin… termino en el mar casi ahogado y encima se lo tragó un pez enooooormeeeee.
Fue justamente en la panza de ese pez que Dios le dijo: ¡Haceme caso … sos muy caprichoso!
Jonás insistía en desobedecer y dijo: Sabía que eres un Dios bueno, que muestras gran compasión, no te enojas con facilidad, estás lleno de amor y estás dispuesto a cambiar tus planes de castigo. Ahora Señor, te ruego que me quites la vida, pues prefiero morir a tener que vivir así.
Entonces el Señor le preguntó: — ¿De verdad estás tan enojado?
Aunque era un hombre grande Jonás estaba encaprichado en que Dios no perdonara a la gente de Nínive, que se había mandado muuuchas macanas. Pero como Dios es tan pero tan bueno le pidió a este profeta que conocía bien Su amor, que vaya hasta esa ciudad y le diga al rey que Dios los quería perdonar.
Así y todo, Dios le tuvo mucha paciencia y lo ayudó a entender que no siempre tenía razón.
¿Cuántas veces te pasó lo mismo que a Jonás?
A veces somos caprichosos, queremos algo y no estamos dispuestos a cambiar de opinión por nada. Y aunque nos digan que otras formas de actuar o pensar nos pueden favorecer, seguimos enojados y no queremos cambiar de opinión… Porque cuando estamos empecinados a hacer lo que queremos hacer, es muy difícil que nos convenzan de lo contrario.
Les propongo que lean el cuento que sigue, y después piensen en familia cuál fue la última vez que no quisieron dar el brazo a torcer y se enojaron. Y lo más importante… cada uno intente pedir perdón y proponerse ser un poco menos caprichoso. Después de todo: ¡NO SIEMPRE TENEMOS RAZÓN!
En la selva había un mono que más que mono parecía una mula de lo terco que era.
Una mañana se le ocurrió pelar una naranja al mismo tiempo que se rascaba la cabeza porque le picaba muchísimo. Como tenía las dos manos ocupadas en calmar la insoportable picazón, dejó caer la naranja al suelo. Pero como quería comerla se agachó y empezó a masticarla con los dientes… y al instante gritó: ¡UGGG…! ¡Qué amarga es! Esta cáscara es agria y muy fea… ¡No puedo ni morderla porque me irrita la lengua y me da ganas de vomitar!
A los pocos segundos tuvo otra idea que le pareció sensacional; y pisó la naranja para que se abriera de a poco y poder comerla. Y pensó: ¡Soy tan ingenioso! ¡Cómo me amo!
Obviamente todo lo hacía sin dejar de rascarse la cabeza. El plan le pareció excelente, pero pronto tuvo que abandonarlo porque la postura era terriblemente incómoda y solo apta para animales invertebrados.
¡¿Cómo puede ser que no logre comer esta naranja!? Tendré que probar otra opción si no quiero pasar el resto de mi vida con dolor de riñones. Así que pensó en otra estrategia… Se sentó en el suelo, agarró la naranja con la mano derecha, la puso entre sus rodillas, y trató de pelarla mientras seguía rasca que te rasca con la otra mano. Desgraciadamente esta decisión también fracasó. La naranja se le cayó de entre las patas y empezó a rodar por el pasto más rápido que una pelota.
El desastre fue total porque la parte visible de la pulpa se llenó de tierra y restos de hojas secas.
– ¡Grrr! Hoy es mi día de mala suerte, pero no voy a darme por vencido. ¡VOY A COMERME ESTA NARANJA SÍ O SÍ!
Y así siguió por horas… Con las manos, con la boca, con los pies, con los codos, parado, acostado… En fin, de mil formas diferentes trató de pelar la naranja sin dejar de rascarse la cabeza. Hasta que se enojó muchísimo, y muy agotado, tiró la naranja muy lejos, y se dejó caer de espaldas sobre la hierba completamente deprimido.
Entonces mirando al cielo y sin dejar de rascarse, pensó: – ‘NO PUEDE SER QUE YO, UNO DE LOS ANIMALES MÁS INTELIGENTES DEL PLANETA, NO CONSIGA PELAR UNA SIMPLE NARANJA’.
Cuando ya lo daba todo por perdido, un rayo de luz pasó por su mente. – ¡Claro, ya lo tengo! ¿Y si dejara de rascarme durante un rato para poder pelar la naranja con las dos manos?… Tendría que aguantar la picazón solo un rato… ¡pero podría pelar la naranja!
¡¿Cómo no se me ha ocurrido antes una solución tan lógica y elemental?!
El caso fue que cuando dejó de lado su capricho, su terquedad y su enojo, fue a buscar su naranja, la limpió cuidadosamente y con las dos manos a la vez la peló súper rápido y al fin se la comió
¡Qué delicia, es lo más rico que he probado en mi vida!…
La verdad es que el asunto no era complicado… ¡EL COMPLICADO ERA YO!
Adaptación de la fábula de Godofredo Daireaux