Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra. Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí. Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.

2da Reyes 5:6-8 RVR60

(Énfasis del autor)

Cuando el rey de Israel leyó la carta se entristeció. Pensó que le estaba mandando una persona enferma para que fuera sanada y cuando ese pedido fracasara, sería una buena excusa para que su pueblo fuera atacado, entonces presentó luto delante de Dios.

Eliseo el profeta, al cual el sirio tenía que visitar, se enteró de lo que el rey había hecho y ubicó al soberano en la perspectiva correcta. ¿Por qué te entristecés? Acá hay una oportunidad para que Dios sea exaltado, para que se entienda que hay Dios y que hay un profeta en Israel.
El rey que era quien estaba gobernando no entendió el tiempo; pero  había un ministro, una persona activa en  la iglesia que sí lo hizo, detectó una clara oportunidad para que el nombre de Dios fuera enaltecido.

Pastor Cristian Centeno

En el mundo natural hay personas que gobiernan asuntos, negocios, a otras personas e incluso naciones. Muchas veces ese liderazgo es ejercido de forma inadecuada. Más allá de los títulos o roles de las personas aparentemente poderosas hay inseguridades, complejos y defectos. De hecho, cuanto más insegura es una persona ejerce el poder de manera más autoritaria y despiadada, desconfía de todos y concentra todas las decisiones sin permitir que otros participen o aconsejen. Muy probablemente esto les sucedió a los dos reyes. El de Siria le escribió una carta al de Israel pidiendo por la sanidad de su general, aparentemente el profeta ni se menciona entre ellos, ya que el destinatario de la misiva asume que era su responsabilidad sanarlo e iba hacia un fracaso seguro.

Eliseo tiene la autoridad que viene del cielo, su seguridad tiene otra base, un sustento firme, por eso puede pronunciar una frase que en ese contexto podría sonar muy fuera de lugar, hasta soberbia, sino viniera precisamente de parte de Dios.

Por un lado el rey se apresura a decir ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida?… y por el otro, el varón de Dios ni siquiera se mueve de su casa, en lugar de eso envía un mensajero portador de palabras desafiantes Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.

¡Qué contraste! Al leer estas historias del Antiguo Testamento y contrastarlas con la realidad que nos toca vivir podemos sentirnos perplejos. Nos descoloca pensar siquiera en la posibilidad de que alguien de parte de Dios actualmente se plante de esa manera ante la autoridad de turno para mostrar el poder del Altísimo de manera irrefutable. Sin embargo ese poder está disponible, Dios es el mismo ayer hoy y por los siglos.

La realidad suele superarnos, y al hacerlo también estorba nuestra posibilidad de fe audaz, segura y efectiva. No todos somos llamados a ser grandes profetas sin embargo sí somos llamados a creer y a depender de la verdadera fuente de poder. Y en Su nombre ser portadores de salud, salvación y nuevos comienzos.

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