Ella se fue, y estuvo caminando sin rumbo por el desierto de Beerseba. Cuando se acabó el agua que había en el cuero, dejó al niño debajo de un arbusto y fue a sentarse a cierta distancia de allí, pues no quería verlo morir. Cuando ella se sentó, el niño comenzó a llorar. Dios oyó que el muchacho lloraba; y desde el cielo el ángel de Dios llamó a Agar y le dijo: «¿Qué te pasa, Agar? No tengas miedo, porque Dios ha oído el llanto del muchacho ahí donde está. Anda, ve a buscar al niño, y no lo sueltes de la mano, pues yo haré que de él salga una gran nación.»
Entonces Dios hizo que Agar viera un pozo de agua. Ella fue y llenó de agua el cuero, y dio de beber a Ismael. Dios ayudó al muchacho, el cual creció y vivió en el desierto de Parán, y llegó a ser un buen tirador de arco.
Génesis 21: 14-21 DHH
Isaac nació milagrosamente de una anciana estéril. Sara concibió y tuvo un hijo, antes se había reído cuando el Señor habló y había puesto en duda esa Palabra, pero la promesa se cumplió. Dios había dicho: ¿Habrá alguna cosa difícil para mí? Y a pesar de la espera, Su Palabra se cumplió.
Pero el nacimiento de Isaac desató un conflicto mayor. Esto fue como consecuencia de no haberse enfocado en la voluntad de Dios y desobedecer su voz, cuando Ismael ya casi adolescente se burlaba del pequeño Isaac y esto desato una guerra familiar. Finalmente Sara y Abraham echaron a Agar y a Ismael de la casa patriarcal y así comenzó a escribirse una historia paralela.
En la descendencia del patriarca, en Isaac, Jacob y Esaú, y los que les siguieron, claramente se puede trazar como herencia espiritual. Pero sin duda hubo otra descendencia, otra historia, otra realidad.
La Biblia nos muestra cómo Agar y su hijo se fueron al desierto, porque no tuvieron otra alternativa, y Dios cuidó de ellos, que no eran parte del plan original. Ismael no era el hijo de la promesa ni Agar del linaje escogido, pero Dios tuvo en cuenta tanto a la madre como al hijo.
Este hijo no era el de la promesa de Dios, no era del pueblo escogido y había sido desheredado, pero cuando empezó a llorar apareció el ángel del Señor e hizo que Agar viera por primera vez lo que no había visto antes.
Esto no fue un milagro como el de Sara que a los cien años concibió, el que cumpliría la promesa. Pero fue otro milagro, con otra condición, otra circunstancia. Dios le concedió a Agar y a su hijo lo que el Salmo dice, algo que no siempre experimentamos: “Los que miran a Dios serán alumbrados”.
Los que miran al Señor quedan radiantes de alegría y jamás se verán defraudados. Salmo 34:5 DHH
Dios también va a tener en cuenta a quien no expresa la misma fe que nosotros, al que lo busca sinceramente como Agar y su hijo, llorando en el desierto.
Nosotros mismos, siendo creyentes, ante una prueba límite, cuando tocamos fondo, dejamos de creer o por lo menos se debilita nuestra fe. Pero en Dios, los que caen una vez, o los que perdieron o debilitaron su fe pueden ser extraordinarios, porque se vuelven a levantar como lo hizo Agar.
Dios te dice hoy otra vez: ¿Habrá alguna cosa difícil para mí?
Pastores Hugo y Ruth Herrera

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