Siempre que oramos damos gracias por ustedes a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque nos hemos enterado de la fe que tienen en Jesucristo y del amor que muestran por todo el pueblo santo de Dios. …Pedimos a Dios que los llene de conocimiento para entender su voluntad, y que les dé toda clase de sabiduría y entendimiento espiritual para que así vivan de una manera que dé honor al Señor y para que le agraden en todo. Que puedan dar una cosecha de toda clase de buenas obras y que crezcan en el conocimiento de Dios.
Colosenses 1: 3-4; 9b-10 PDT
(Énfasis del autor)
Comenzamos la semana explorando el concepto de progreso, distinguimos entre las características del progreso humano y las diferencias que tiene con el progreso en el caminar con Papá.
El apóstol Pablo nos exhorta a progresar en nuestra manera de comportarnos para seguir agradando al Señor. Él evalúa nuestro crecimiento y desarrollo de manera muy diferente a cómo nosotros lo hacemos, utiliza criterios amorosos y eternos, que nos dirigen siempre hacia una vida que crece y madura porque va conformándose a Su voluntad y su propósito.
Es fundamental que estemos atentos para no apagar la fuerza, el fuego, el poder del obrar del Espíritu Santo en nuestra vida.
La rutina y las obligaciones cotidianas, sumadas a las preocupaciones pueden distraernos y hacer que sin querer, poco a poco, vayamos dejando de lado al Espíritu, apagándolo y sigamos haciendo la obra con muy buenas intenciones, pero por nuestra propia cuenta, en nuestras fuerzas. Eso debilita el alcance de nuestras acciones y lo circunscribe a lo puramente natural y humano. Por eso muchas veces, los resultados que obtenemos no son proporcionales al esfuerzo que invertimos.
Pensamos juntos en el ejemplo de Pablo, quien seguramente tuvo que trabajar duramente en dejar de lado su capacidad intelectual para permitir que la prioridad fuera dejar paso al obrar poderoso del Espíritu.
¿Qué podemos hacer para que el Espíritu siga ganando terreno en nuestro interior? Varias cosas prácticas, en primer lugar alejarnos de enojos, amarguras, gritos, insultos y toda clase de maldad. En contraposición sumar a nuestras actitudes la bondad, la compasión y la capacidad de perdonar y la disposición a hacerlo que recibimos de Cristo. Somos llamados a poner en práctica Sus virtudes.
Aun estando atentos, a veces, por nuestra naturaleza tenemos debilidades en diferentes áreas, que determinan un comportamiento que sabemos que no agrada a Papá, pero del cual no logramos desprendernos. Esto puede resultar difícil. Por eso el autor de la carta a los Hebreos nos recuerda que tenemos a nuestra disposición el auxilio de nuestro Sumo Sacerdote perfecto: Cristo.
Él es quien nos conoce exhaustivamente, nos ama, nos acepta y puede compadecerse de nuestra debilidad y darnos victoria en esas áreas si nos presentamos delante de Él tal como somos.
Teniendo todo esto en cuenta, para finalizar quiero dejarte una oración que Pablo hacía por una iglesia a la que ni siquiera conocía personalmente, pero a la que amaba. Vos y yo somos esa iglesia. Estamos incluidos en ese ruego y también podemos hacerlo a favor de nuestros hermanos en la fe para que todos podamos seguir creciendo en el conocimiento de Papá y dar una cosecha abundante.
Siempre que oramos damos gracias por ustedes a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque nos hemos enterado de la fe que tienen en Jesucristo y del amor que muestran por todo el pueblo santo de Dios. …Pedimos a Dios que los llene de conocimiento para entender su voluntad, y que les dé toda clase de sabiduría y entendimiento espiritual para que así vivan de una manera que dé honor al Señor y para que le agraden en todo. Que puedan dar una cosecha de toda clase de buenas obras y que crezcan en el conocimiento de Dios.
Colosenses 1: 3-4; 9b-10 PDT
(Énfasis del autor)
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